El milagro de la danza (1989)

El milagro de la danza (1989)
El milagro de la danza (1989)

autor.: cejuanjo

Remitido el 21-03-18 a las 08:34:36 :: 921 lecturas


Francisco Expósito Albacea era un poeta y como todo poeta vivía en abierta confrontación con un mundo que rechaza la poesía. Intentó huir de él, pero como ni se puede estar huyendo siempre ni es posible vivir en una continua orfandad de luz sucede que hubo de metamorfosearse y paulatinamente se fue preparando para correr en el preciso instante en que sonase la voz de “maricón el último”.

Antes de aderezarse con prótesis y afeites le vino a la cabeza el siguiente problema:

Pablo Mármol se encontraba durmiendo la siesta cuando llamaron a la puerta de su domicilio. Era Wilma, la esposa de su amigo Pedro Picapiedra. ¿Qué asunto le traería?. Wilma siempre le había parecido una mujer estupenda y nunca entendió del todo por qué prefirió casarse con el cretino de Pedro. Tampoco entendió que una vez dentro del domicilio se desprendiera de sus prendas rupestres y se arrojase en sus brazos. Tal vez algo andase mal en la pareja Picapiedra, no obstante tampoco era caso de llegar a estos extremos. Mientras se planteaba si debía llevar a cabo el acto, llamaron nuevamente a la puerta. Wilma se ocultó en el armario y Pablo salió a abrir. Era Pedro provis-to de una estaca...

- Primero el dinosaurio, y ahora tú...

Francisco Expósito Albacea era incapaz de llegar hasta el desenlace, aunque hubiese percibido claramente el problema. Sin embargo necesitaba enfrentar-se consigo mismo para resolverse como persona.

Agapito Salmerón Padilla padeció un accidente de bicicleta cuando peda-leaba por tierras abulenses camino de Portugal. A resultas de dicho accidente se fracturó un tobillo y unos días más tarde hizo acto de presencia en la Ofi-cina donde prestaba servicios. Se paseó por toda ella con la pierna comple-tamente escayolada con la intención de que el personal comprobase por sí mismo la gravedad del percance y ese personal, que sentía por Agapito una exacerbada inquina, le opinó:

- Hala, Agapito, ya tienes vacaciones para largo...!

No sabía dicho personal para lo largo que iba a tener las vacaciones nuestro accidentado. A vosotros os quisiera ver en mi lugar – les respondía -. ¿o es que creéis que estoy asín por mis gustos?

Dos años más tarde Agapito Salmerón seguía convaleciendo. Sin embargo llevaba su invalidez provisional con muy buen ánimo, de suerte que la cojera no le impedía la realización de toda clase de ejercicios gimnásticos. Francis-co Expósito Albacea se lo encontró en una exposición y estando ambos en coloquio sobre la muestra “Art i erotisme al País Valensián” fueron requeri-dos por un ordenanza. Cuando dicho ordenanza hubo reunido a la totalidad de espectadores hizo acto de presencia el Director de la Casa de Cultura.

Uno de los wateres se ha embozado – les comunicó el Director -, descono-ciéndose quien pudiera haber sido el responsable. Para averiguarlo les ruego que tengan a bien cumplimentar el cuestionario que se les proporcionará se-guidamente.

El cuestionario consistía en una hoja con una serie de preguntas con respues-ta múltiple de las que sólo una es la correcta. En dicha serie de preguntas había una que era la clave:

47.- ¿Qué hizo usted después de evacuar el vientre?

a) Limpiarme el culo y tirar de la cadena
b) Limpiarme el culo con la cadena
c) Encadenar mi culo
d) Tirar una compresa

Todos tacharon la alternativa a), excepto Agapito Salmerón que escogió la d). Por lo tanto estaba claro que esta persona había sido la que había embo-zado el water. El Director del Centre Cultural le invitó a que le acompañase a su despacho y Francisco Expósito Albacea volvió a encontrarse solo. ¿Qué hacía, le esperaba o no?. Como tenía tiempo y había un periódico al alcance de su mano, se sentó a leerlo

HUMOR Y RISAS EN EL CONGRESO INTERPRETADO POR LOS JÓVENES SOCIALISTAS VALENCIANOS

El alcoyano Javier Cantagallet destacó el alto nivel científico de los asisten-tes

Tras su regreso de las largas sesiones del Congreso Regional del las J.S.P.V. en Cullera, el alcoyano Javier Cantagallet hace un balance en síntesis de lo que a juicio de muchos ha constituido un Congreso histórico.

Uno de los primeros temas que tratamos con él es la ausencia de alcoyanos en la ejecutiva valenciana.

“Bueno, mira, a todos nos hubiese gustado que un alcoyano formase parte de la ejecutiva y en el fondo todos creían que sería yo incluido. Finalmente se ha optado en función del diseño de distribuciones. Me hubiera gustado, pero no es ningún trauma ni algo preocupante”

Los alcoyanos asistentes presentaron una ponencia sobre actividades navi-deñas que resultó fuertemente contestada por la mayoría, por lo que ni si-quiera pasó al pleno. Algunos han querido ver en ello una maniobra de Iz-quierda Socialista, más preocupada por sancionar a los dueños de canes que ensucian el paisaje urbano. “Ñoño”, otro de los asistentes, lo desmiente:

“Nosotros estamos a favor de que en lo sucesivo se preserve el medio urbano de los excrementos caninos; pero también creemos que las numerosas activi-dades de signo navideño con que la ciudad crea un ambiente especial que rodea a las entrañables Fiestas de Diciembre deber ser objeto de la atención preferente de las Juventudes Socialistas. Por nuestra parte defenderemos esta postura en el Comité Federal de las JJ.SS.”

Agapito salió dando un portazo del despacho del Director del Centre Cultu-ral.

- Soís unos cabrones – gritaba -. Vámonos, Francisco, que a este tío me lo cargo. Vaya que si me lo cargo

Francisco Expósito Albacea acompañó al colérico Agapito y no sabía que era más sorprendente: si las zancadas que daba pese a su invalidez provisional o que gastase compresas para limpiarse el culo.

Cuando se separó de esta persona entró en el bar de siempre. Era viernes y estaba todo lleno, sin embargo ocupó una tauleta aprovechando que en esos momentos acababa de vaciarse. Junto a la barra se apelotonaban diversas gentes y en las miradas de todos ellos se veía el achaque hacia el, un tipo solitario que ocupaba una tauleta. Pero eso a él se la traía floja.

Como el camarero no le servía hubo de levantarse, ocasión que fue aprove-chada por terceros para birlarle el sitio. Volviendo con la cerveza se dirigió a los usurpadores:

- ¿Que pensariáis vosotros de mí si, cuando faltáis en vuestros hogares, entrase yo y me follara a vuestras esposas?

Los usurpadores se levantaron y Expósito Albacea recuperó su asiento sin comprender del todo por qué no le habían dado una hostia. Una vez más, el alma humana seguía antojándosele un gran misterio.

Pensó de nuevo en Wilma Picapiedra, un pensamiento sobrevenido en el preciso instante en que Maruja Calella y Gemma Michelín no encontrando mejor ubicación – pues no la había – buscaron refugio en su tauleta.

- No está satisfecha, para que ocultarlo – le dijo a Maruja -; no estás satis-fecha, para que fingir – se dirigió a Gemma -. Deseas a un hombre, deseas a un macho, que te haga sentir...

Ambas infelices se levantaron con horror y otra vez quedó, como al princi-pio, solo.

Gomo Expósito Albacea entró en el taller de danza. Después de una agota-dora jornada de trabajo necesitaba bailar un tango para relajarse. Quienes lo conocieron nunca hubiesen supuesto que Gomo Expósito no sólo se iba a aficionar a las ensaladillas rusas si no que además iba a ser ganado por el milagro de la danza. Pero todo eso y muchas otras cosas más le habían suce-dido a Gomo.

Gemma Michelín era como esos jugadores de ajedrez dispuestos a pasar los mayores apuros con tal de poder conservar la pareja de alfiles en el curso de la partida, no obstante su propósito no era jugar al ajedrez. El otro alfil era Gregorio Jorge Pilipot, y él y Gomo encarnaban todo el malevaje del Río de la Plata que Gemma Michelín había sido capaz de reclutar.

Tomo y obligo, mándese un trago... de las mujeres mejor no hay que hablar. Todas amigo dan muy mal pago y hoy mi experiencia lo puede afirmar...

Gomo Expósito Albacea estaba completamente mujerizado o lo que es lo mismo: hacía exactamente lo que a su mujer le daba la gana. Mientras Gem-ma Michelín se asía profesional pero estrechamente a él y daba vueltas como una Rita Hayword rubia, Gomo no pudo evitar una inesperada y preocupan-te erección. ¿Qué demonios era aquello? Gemma fingió no darse cuenta pero empezó a seguir el proceso atentamente. A su ver Gregorio Jorge zascandi-leaba como el mismo diablo dejándose llevar por el ritmo obsesivo de la mi-longa. Aquello era demasiado.


Visitación Armadillo había secundado el comentario. A Gemma le hacían falta bailarines, ¿por qué no su marido? Vinga, Gomo, animat,... Y Gomo se animó. Y también se animó Gregorio Jorge que a la sazón estaba allí para enrrollarse como mandan los cánones. Al que no dejaron animarse fue a Gui-llermo el Mudo.

Por decirlo en el verbo de Graham Greene, contra lo que suele creerse la verdad casi siempre es divertida. Lo único que la gente se toma el trabajo de inventar son tragedias. Incapaz de rebajar la posición de su pilila el menor de los Expósito Albacea empezó a sentir la vecindad de la tragedia mientras Gemma Michelín adivinaba para sus adentros que pronto iba a divertirse con aquella verdad. Al fin y al cabo aquello no era más que el milagro de la dan-za, algo tan simple como el juego del ajedrez.

Francisco Expósito Albacea empezó a plantearse el problema del estableci-miento de relaciones de pareja prácticamente desde su más tierna infancia, sufriendo mucho por ello. En su tiempo Maruja Calella Manatí fue un sujeto pretensible que, afortunadamente, le puso una barrera desde el primer mo-mento. Francisco Expósito Albacea también sufrió mucho por causa de Ma-ruja Calella Manatí ya que esta persona en lugar de tocarle los cataplines en sentido físico y concreto, se los tocó en sentido familiar y figurado.

Querida Maruja:

Te escribo estas letras con el fin de tranquilizar mi conciencia, una conciencia cada vez más entretejida de sentimientos confusos hacia ti. No es mi inten-ción hacerte corresponsable de la confusión que padezco, pues dicho pade-cer sólo corresponde a mi voluntad. Se trata, más bien, de que pretextándo-me en tu lectura, sea capaz de construir un sistema en el que dicha confusión encuentre su lógica.

El punto de arranque de mis vacilaciones viene dado por el firme convenci-miento de que siento algo especial por ti, algo diferenciado clarisimamente de las personas que conozcoo o que he conocido; sin embargo si yo dijese ahora que te quiero estaría engañándome a mi mismo. No se puede querer a lo que no se conoce y yo a ti, Maruja, apenas te conozco...

Francisco Expósito Albacea siguió adelante, planteándose las cosas del mis-mo modo en que había venido haciéndolo toda la vida y es que resulta que ese sentimiento clarísimamente diferenciado era exactamente el mismo que se había descubierto alrededor de quince o dieciséis veces antes. Y estos fueron los resultados:

No quisiera que quedase archivado en mi memoria, como una anécdota más de mi vida, el momento en que abracé a Maruja.

Epílogo de horas de conversación escarneciente, en aquel abrazo quedó re-sumido todo cuanto hay o puede haber entre los dos.

Cabizbaja, cruzada de brazos, inmóvil, fría como un témpano,... intenté be-sarla y aún no sé el motivo. Quizá fuese por que creí que las circunstancias reclamaban que actuase de esa manera. En cierta medida han sido ellar quie-nes me han llevado a considerar que entre Maruja Calella Manatí y yo podría existir una relación...

Truffaut construye en sus películas unos tipos de relación masculino – feme-nino en los que el hombre va en busca del amor con encarnaciones indiferen-ciadas y la mujer sigue a un hombre concreto a través del cual cree que va a encontrar el amor. Para el hombre, la mujer es un medio y para la mujer el hombre – un hombre en concreto – es el fin. Francisco Expósito Albacea descubrió esta conclusión en el artículo de una revista cinematográfica y la aplicó como una luz clarividente en la interpretación de la única película de Truffaut que recordaba haber visto en esos momentos: “Las dos inglesas y el amor”. El no podía ponerse en la piel de una mujer y por tanto no estaba en condiciones de afirmar si a lo largo de su vida había ido buscando a una mu-jer concreta. Pero a la inversa si que estaba en condiciones de identificarse plenamente con el rol masculino esquematizado por el director francés. Toda su vida había ido en busca del amor y ese sentimiento había intentado resi-denciarlo en mujeres concretas. Mujeres que, como en el caso de Maruja, siempre le habían rechazado.

Francisco Expósito Albacea recuerda el día en que entró a prestar servicio en aquella Administración de Hacienda. Era una soleada mañana del mes de marzo. El señor Salcedo le esperaba en su despacho:

- Tome asiento, señor Expósito – dijo cortés pero fríamente el Jefe de la Oficina - ¿Así que ha preferido venir hoy en lugar del viernes,...?

¿Qué cara le recordaba la de aquel hombre?. De pronto comprendió que esa cara coincidía con el semblante de un personaje al que afeó su conducta en los urinarios de la Estación de Autobuses. Aquel enano, de poco más de un metro y treinta y seis centímetros, que puesto de puntillas luchaba contra su estatura para verlo mear.

- Para empezar – añadió el enano – tengo que decirle que aquí se viene a trabajar. Yo no sé que piensa usted de eso puesto que tradicionalmente, y según tengo entendido, ha sido una persona mantenida por su familia...

Recuerda Francisco Expósito que además de en la ocasión citada anterior-mente también le parecía haberlo visto en grata tertulia con Visitación Ar-madillo y Maruja Calella,... ¿Qué extraño maridaje le relacionaba con esas personas?. Por lo pronto le pareció un misterio.

- ... pronto lo sabremos con seguridad, no lo dude – concluyo el Jefe de la Oficina.

Salió de aquel despacho francamente molesto. El esperaba que allí no le so-brevendrían intranquilos pensamientos y que todo se resolvería con la simple aplicación al trabajo. Pero desde el primer momento, desde ese primer mo-mento, tuvo que admitir que no podría ser así.

Las relaciones con el señor Salcedo tenían una naturaleza dual: por un lado era una persona que sentía una intensa atracción por él, pero por otra parte también era alguien que le rechazaba precisamente por no compartir su clase de sentimientos. Estaba seguro de que de no haber sido por su estatura las cosas habrían sido distintas: ¡Ay, si además de maricón, hubiera sido un ma-ricón normal...! Pero es que además de maricón, era enano. “La pulga del Gatopardo” sufría mucho y para aliviarse se dedicaba a urdir planes para fustigar al prójimo – y a partir de aquella soleada mañana del mes de marzo ese prójimo empezó a ser Francisco Expósito Albacea -.

Gomo Expósito Albacea se encontraba atendiendo la ventanilla de la Enti-dad Bancaria en donde prestaba servicio cuando recibió la visita de Gemma Michelín, que ya lo había hecho en otras tres ocasiones a lo largo de la sema-na. Esta vez la excusa era que Gregorio Jordi Pilipot se había quedado ence-rrado en el cuarto de aseo del taller de danza mientras intentaba reparar un grifo y no podía salir de allí. Sin reparar en lo absurdo del motivo, Gomo Expósito se retorció el bigotillo y abandonó la oficina.

Alta, esbelta, con las formas propias de la femineidad perfectamente tornea-das por un vestido negro que le llegaba hasta la rodilla, Gemma Michelín despertaba en Gomo Expósito una rara excitación. Como dijo Winston Churchill un cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor. Igual le sucedía a él con su aparato: pese a estar plenamente enamorado de su esposa nuevamente le sobrevino una elevación del cometa cuando Gem-ma Michelín se inclinó sobre la cerradura del cuarto de aseo.

- Gregorio Jordi, Gregorio Jordi,... – preguntaba sin que contestase res-puesta alguna el presunto encerrado en el retrete.

Las doce del mediodía. Era el momento. En contra de la opinión sostenida por Blas Pascal según la cual el hombre siempre está dispuesto a negar aque-llo que no comprende, Gomo Expósito Albacea se dispuso a afirmar con todas las rotundidades cuando no sólo supo que Gregorio Jordi jamás estuvo encerrado en el cuarto de aseo si no que además Gemma Michelin no llevaba bragas. La inexistente reclusión del fontanero unida a aquella omisión deli-berada desataron el torbellino de pasiones que Gomo llevaba dentro. Y así éste la sodomizó de una manera febril, desenfrenada, cediendo a la tentación para desembarazarse de ella que diría Oscar Wilde.

Agapito Salmerón Padilla se encontraba en el umbral de la Casa de Cultura esperando la salidaa de Nicolás Bermejo Gironés, director del centro. En una mano sostenía un papel estrujado y en la otra una bolsa de compresas.

- Nicolás Bermejo – dijo sin más preámbulo al director – es usted un abor-to del infierno, un bandido y un gusano – y, arrojándole a la cara la es-trujada notificación de carta de pago, prosiguió - ¿cree que es decente que un inválido tenga que pagar una multa de quince mil pesetas por cul-pa de la ineptitud de la Administración?. Compren ustedes unos sanita-rios adecuados, que para eso tienen de sobra con lo que nos roban a to-dos los españoles. ¿O es que todo se lo tienen que gastar en armamen-tos...?

El señor Bermejo Gironés no entendía nada...

- Ascolta, castellá, jo ha votat en contra de la OTAN. Quin escándalo es este?

La respuesta del director incrementó la cólera de Agapito quien, alzando de las solapas de la chaqueta al estupefacto Nicolás, le escupió:

- Mire usted, nazi catalán. Desembozar un water no vale tres mil duros. Eso se coge un gancho, se mete en el agujero y se estira. Además la mul-ta la va a pagar su padre...

- Tranquil, home, tranquil,... – suavizó Nicolás -. I perdone si l’he ofés amb les meues paraules, doncs no era la meua intenció. El problema de la multa es sol.luciona fàcilment si arriba a un acord amb el manyá. Mire – dijo al tiempo que le entregaba una tarjeta – li diuen Gregorio Jordi Pili-pot.

Javier Cantagallet se encontraba en la Oficina de Información Juvenil que era el lugar en donde desempeñaba sus servicios profesionales retribuidos. En esos momentos se dedicaba a escrutar con el corazón encogido por lo que pudiera ser los arcanos y dobleces deducibles del siguiente artículo:

AL FILO DE LA NOTICIA

El parlamentario de las Cortes Valencianas Filibert Vañó nos cuenta que no está el horno para bollos entre los jóvenes socialistas valencianos. Los mayo-res han hecho y deshecho a su antojo en la Cumbre de Cullera. ¿Qué quiere Alfonso Guerra? No nos cabe duda de que detrás de esta operación se en-cuentra Nostra-Sanus a quien en los pasillos del Congreso se da como seguro al frente del Gobierno Civil. Y si no, al tiempo.

Los jóvenes alcoyanos han puesto de manifiesto que ya están maduros y dentro de poco darán sorpresas. ¿Se apuestan algo a que la defenestración de Javier Cantagallet forma parte de una estategia bien calculada para situar-lo al frente de la alcaldía?

¿Qué podría haber de cierto en todo aquello? ¿sería alcalde de Alcoy, como suponían los medios de comunicación y esa era la razón por lo cual no le habían incluido en la ejecutiva?

Francisco Expósito Albacea empezó a saber que era un inútil que mantenía su familia a mediados de la década de los ochenta. Durante los tiempos an-teriores, tiempos consagrados a un intenso y estúpido activismo político, mereció todo tipo de calificativos no siendo ninguno de ellos sinónimo de la expresión antes mencionada. Históricamente pues empieza a ser un inútil cuando el entorno social en el que se desenvuelve pierde ese referente políti-co y entra en otras dinámicas.

Fue precisamente durante los años en que era un inútil cuando hizo más co-sas en serio, abriendo un proceso que culminaba con su incorporación a la Función Pública. ¿Qué sentido tiene en la peripecia humana de Francisco Expósito Albacea su advenimiento al empleo público?, ¿qué significa en su vida el acceso a la condición de funcionario? Tal como están planteadas las cosas no parece que los cambios habidos en la situación de Expósito Albacea hayan supuesto una modificación sustancial del estado que la precede. Fran-cisco Expósito no sólo mejora su mapa de relaciones sociales si no que ade-más se produce una ampliación numérica de sus aversores.

Nicolás Salcedo es un personaje premonitorio. Bien es verdad que en las encarnaciones que ha tenido después, sus protagonistas no han manifestado tendencias homosexuales ni han visto limitada su estatura al metro y treinta y seis centímetros de talla de “la pulga del Gatopardo”. Sin embargo no es menos cierto que todos ellos han actuado contra nuestro protagonista de acuerdo con el principio “a usted lo joderé” que rige las relaciones del sr. Salcedo con nuestro heroe.

Francisco Expósito se encontraba revisando unos papeles cuando fue llama-do a despacho por el sr. Salcedo. Al entrar allí se lo encontró moviéndose inquietamente por el mismo y mirando a todas partes con el rostro enrojeci-do. De las lecciones aprendidas por entrevistas anteriores, Francisco Expósi-to dedujo que el mayor beneficio para todos – incluso para el propio señor Salcedo – sería que estas comparecencias nunca tuviesen lugar. El jefe dejó de dar vueltas y se encaró abiertamente a él:

- ¿Qué significa esto? – dijo blandiendo un papel trémulamente.

Francisco Expósito Albacea asoció ese papel a la denuncia elevada al Go-bierno Civil acerca de las inclinaciones del sr. Salcedo y le miró expresiva-mente.

- ¿Quién es usted para denunciar mi conducta, algo que ni conoce ni le importa lo más mínimo?...

El enano escupía literalmente las palabras, de su boca goteaba un agua sucia al compás del movimiento de sus manos. Francisco Expósito se sentía estre-mecido, no tanto por la encendida alteración del sr. Salcedo como por el tumefacto aliento que despedía el infeliz. ¿Así como iba a encontrar novio?

- Señor Salcedo – se atrevió finalmente a contestar Francisco Expósito – Usted no es precisamente la clase de persona que es de mi predilección y por tanto no tengo por que andarme con remilgos. Según el art. 6 del R.D. 33/1986, de 10 de enero, la grave homosexualidad que no viniere causada por enfermedad profesional o común si no que derive de vicio estará considerada como falta muy grave...

“¿Buscas esa amiga especial? ¿Un amigo para todo? ¿Un matrimonio tan liberal como vosotros...? Aquí lo encontrarás. Algunos buscan relaciones serias. Otros furtivos encuentros apasionados... Hay de todo y para todos. Aprovecha tú también la posibilidad de encontrar esa persona a la medida. Mándanos tu carta al apartado de correos 098 de Valencia, adjuntando una fotografía explícita,... y recibirás una bonita sorpresa”

Javier Cantagallet, futuro alcalde, mandó su carta al apartado de correos que arriba se indica. Pasaron los días y una mañana al abrir el buzón se encontró con la siguiente respuesta:

“Querido Cantagallet:

Soy una mujer casada de treinta y dos años, no mal parecida. Deseo salir de la monotonía del matrimonio y tener nuevas experiencias. Puesto que, según me dices, eres un chico joven, atractivo y muy vicioso creo que podremos entendernos. Te espero en el conocido pub del que me hablas en tu carta. Puesto que tengo tu fotografía, yo misma te reconoceré.

Un beso de tu Kulula.”

Receló Javier Cantagallet, por cuanto que siendo ya prácticamente notorio y a todas luces conocido que podía ser alcalde de Alcoy, su presencia en com-pañía de aquella promiscua ama de casa con nombre exótico podía constituir un auténtico escándalo. ¿Cuál sería la reacción del electorado?. Pero sus an-sias libidinosas agudizaron su ingenio y de esta suerte urdió la coartada de que la señora Kulula era arquitecta, siendo el objeto de su relación con la misma el de la remodelación del casco antiguo. Joaquín Genis cobró cono-cimiento de que un arquitecto negro iba a trabar relación con Cantagallet y que la jugada política del alcaldable consistía en un audaz proyecto urbanís-tico. Por ese motivo creyó conveniente personarse él también en el conocido pub para informarse de primera mano de los planes arquitectónicos que se estaban incubando.

Agapito Salmerón Padilla aguardaba en la puerta del taller de danza en el intérvalo horario en que Kulula hizo su entrada en el conocido pub, sito en la vecindad del taller. Quería Agapito conocer el importe de los trabajos de fontanería llevados a cabo en los servicios del Centre Cultural.

Gregorio Jordi y Gomo Expósito, acabados de perfilar los últimos detalles del espectáculo, abandonaron el taller de danza dispuestos a tomar unas cer-vezas. Agapito se dirigió al primero de ellos desplegando las facetas que configuraban sus características más actuales: por un lado arrastraba una de las dos piernas dejándose llevar por el instinto – pues no recordaba a ciencia cierta cual de ellas era la lesionada – y por el ello esgrimía en cada una de sus manos dos objetos relacionados en la dinámica de su más inmediato devenir: la bolsa de compresas con las que se limpiaba el culo y un expediente com-puesto por dos documentos grapados: la notificación de carta de pago emi-tida por el Centre Cultural y la tarjeta que le había proporcionado el señor Bermejo Gironés.

- Gregorio Jorge, yo que te hacía progresista y de izquierdas, ¿cuanto les has cobrado a los de la Casa de la Cultura por la reparación del sanitario?

- Eso es asunto del jefe, yo no hago las facturas – dijo a través de una son-risa que no disimulaba su sorpresa el fontanero danzarín -. Creo que ha-brá estado entre las doce y las trece mil pesetas, no estoy seguro.

- ¿Y tú crees que un obrero, casado y con dos hijos, que está inválido y que además no tiene la culpa de la ineptitud de unos nazis catalanes, de-be desembolsar quince mil pesetas?

- Eso no es cosa mía. Y perdona, que me están esperando – respondió Gregorio Jordi cometiendo el error de darle la espalda a Agapito quien, rojo de ira, le propinó un puntapié en el anverso de los huevos.

- Venga, levántate si tienes lo que tienen los hombres – provocó Salmerón dispuesto a continuar hasta dónde fuera posible su desquite -.

- Tengo lo que tienen los hombres – respondió Gregorio desde el suelo – pero en estos momentos me duele mucho. Además – advirtió con asom-bro el agredido - ¿tú no estabas cojo?

Era cierto. Agapito estaba cojo puesto que, en principio, aún no estaba re-puesto del accidente de bicicleta que había padecido mientras pedaleaba por tierras abulenses. Sin embargo era evidente que había sido capaz de propi-narle un puntapié a Gregorio Jorge. Una evidencia incontroversible para las decenas de personas que fluían en aquellos momentos por aquel lugar. ¿Qué iba a ser ahora de Agapito?. Por lo pronto se cerraban los horizontes de una jubilación por invalidez a la que aspiraba. Tendría que reincorporarse al ser-vicio activo y volver a ejercer de nuevo como auxiliar de clasificación y re-parto. Un impulso, un impulso irreflexivo, un impulso irresistible y ciego le había llevado a la ruina. Pero entonces una ráfaga de luz iluminó su razón y postrado de hinojos ante el yacente Pilipot exclamó:

- ¡Dios mio, es cierto! ¡Estoy curado! ¡Un milagro, ha sido un milagro,... ha sido el milagro de la danza! Juro por mis sacramentos que a partir de ahora ya nunca más me limpiaré el culo con compresas y que volveré a Avila, a esa curva tan cerrada en donde me pegué una hostia, para ente-rrar allí esta bolsa de compresas. Y con ellas, mi pasado de ciclista. Pro-clamo mi conversión al “Art i Erotisme del País Valenciá” por que sin ellos no se me habría aflojado el vientre, no hubiese embozado el water, no me hubiesen puesto una multa y no habría encontrado mi verdad. Mi verdad, mi gran verdad... Todos necesitamos creer en algo. Hasta ahora necesitaba que creyeráis que estaba cojo para poder jubilarme, pues de hecho estaba cojo. Sin embargo ahora no sólo ya no estoy cojo si no que además no necesito para nada que lo creáis, pues aunque lo necesitará no creo que nadie me creyese.

Tras la perorata, que llenó de confusión al corrillo que se había formado en torno al cartero converso, éste se puso en pie y se fue a su casa dando por zanjado el asunto. Si tienen cojones – pensó – que me vuelvan a enviar la notificación de carta de pago.

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